La actividad de un
día cualquiera comienza para muchos a la hora de sacar el uniforme del armario
y recordar que las camisas están aún sin planchar; para otros aventajados no lo
hace hasta que llegan al aeropuerto y saborean algo de café de la cafetera de
la oficina. En ambos casos el final es parecido, después de muchas horas de
turno y con el cansancio acumulado de varios días, algo de inevitable
complacencia se amontona en tu mente y acaba siendo directamente proporcionales
a los problemas que se amontonan a la hora de querer dar por terminado el día.
Se trata de algo que descubres una y otra vez, como si fuese la primera, cada
vez que te dispones a terminar de cuadrar tu vuelo y rellenar la papelería
correspondiente. Pero para eso aún quedan muchas horas.
Tengo la impresión
de que hoy va a ser un buen día, pienso mientras saludo con un “buenos días” a
todos los que hoy trabajarán conmigo. Los vuelos van llenos, operación normal,
una meteorología envidiable y ningún requerimiento especial. Sé que los ánimos
luego decaerán, ya son muchos días y muchas noches dedicado a esta profesión, y
cuando las horas se acumulan en las piernas uno empieza a desear que el cordón
se le desate para poder agacharte a atarlo.
Tras el briefing, en
el que nos insisten en cosas que son completamente obvias pero a las que no
muchos prestan la atención debida (dónde sentar a mamás con infantes, cómo
asignar asientos en un avión y cómo en otro en función del número de pasajeros,
etc.). Tantos mis compañeros como yo no somos seres perfectos, pero si es
cierto que algunos tienden siempre a lo más fácil, logrando a veces conseguir
poner en peligro la puntualidad de tu avión con problemas a la hora del
embarque o con la tripulación de abordo. Más de una vez me ha tocado bajarme a
hablar con el sobrecargo de turno para cambiar a niños de corta edad de los
asientos en salida de emergencia, cuando no negociar con la TCP si un pasajero
debe llevar oxígeno durante el vuelo, a pesar de que el médico así lo pone
explícitamente en un informe oficial. Como dice un amigo mío “en XXX cualquier
cosa es posible, y siempre será algo aún más sorprendente que la anterior”.
Antes de salir a “la
arena” siempre hacemos un poco de tiempo. Aprovechas para revisar la corbata
preparar la documentación de tu vuelo y te persignas para evitar que ninguna de
las maldiciones que oirás a lo largo del día termine por cumplirse.
Siempre he pensado
que hay tres tipos de pasajeros: los que son amables por su forma de ser, los
que son amables porque quieren algo de ti y que cuando no se lo das se olvidan
de serlo, y los que de entrada te andan buscando las cosquillas detrás de la
oreja… Los más complicados de tratar para mí son los segundos, nunca sabes
donde está el punto de ruptura y por tanto cuándo dejarán de ser amables y
pasarán a maldecirte (de pensamiento o palabra). Muchas veces ya te la ves
venir, pero otras veces te sorprende tanto que te da hasta pena pensar… “vaya,
con lo bien que íbamos”.
La terminal donde
trabajo es relativamente moderna, casi sin tiendas, y bastante mal organizada
en general. En el control de seguridad siempre hay colas y los agentes son,
para variar, bastante desagradables. Si quieres comer hay un par de
lugares, comida rápida, nada serio, ¡ah! Eso sí, y un bar, para hartarte a
cervezas y poder llegar bien borracho al avión, deporte nacional en este país.
El momento en el que
eres más vulnerable, o sea, cuando cualquier pasajero te puede preguntar
“literalmente” cualquier cosa, es en el trayecto desde la oficina hasta los
puestos de facturación de la aerolínea. A mí un viajero me ha llegado a
“exigir” que le acompañase a los mostradores de su aerolínea, porque era
personal del aeropuerto. Cualquiera que trabaje en el trato al cliente sabe que
duro es responder una y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez a la
misma pregunta y lo curioso que es comprobar como, cuando la gente entra por la
puerta de la terminal, siempre tiende a olvidarse el cerebro en el coche,
aunque hay otra teoría muy extendida que dice que cuando uno entra en el
aeropuerto hay un ventilador en la puerta que hace que los cerebros salgan de
los cuerpos de los pasajeros y ya no vuelvan, al menos por un rato. Yo no lo
tengo muy claro.
Llegado al mostrador
asignado, comienza el juego del “no me chilles, que no te veo”, que consiste en
no mirar a los pasajeros porque pensarán que estás listo para atenderlos cuando
aún no has colocado ni tus etiquetas para las maletas en la impresora. Siempre
hay uno, y esto es un cálculo científico según me han comentado, que se acerca
a preguntarte “Disculpe ¿es esta la aerolínea XXX?, a lo que tú sólo puedes
responder mirando a tu espalda y releyendo el cartel de 10 metros
cuadrados que pone bien grande XXX. Entonces te vuelves y el señor suele irse
entre avergonzado e incómodo.
El trato con los
pasajeros suele ser amable, hay días que no son tus mejores y días en que no
son lo suyos, y eso hay que comprenderlo. No todos amanecemos con el pie
derecho, que decía mi abuelo. La mañana pasa entre peleas por no pagar excesos
de equipaje y risas por cometarios sobre un partido de fútbol entre el Madrid y
el Barcelona y de cómo robaron al Madrid un penalti. Hasta que llega uno, de
esos del tercer tipo que describía arriba, encantado de conocerse y con un ego
que incluso supera los ceros de su cuenta corriente, y quiere un ascenso a
primera clase:
-
Buenos días, bienvenido a XXX, ¿Cómo puedo ayudarle?
-
- Tengo un viaje a –pongamos– Helsinki, pero quiero un ascenso. Esta es
mi tarjeta superviajero frecuente clase negra.
-
- Señor, será un placer ayudarle, pero lamento informarle que la clase
ejecutiva y la primera clase están llenas para este vuelo.
-
- No, usted no me ha entendido. Soy YYY y tengo una tarjeta superviajero
frecuente clase negra y quiero un ascenso, así que consígamelo. Seguro que no
está completo.
-
- Lamento comunicarle nuevamente que tanto nuestra clase
ejecutiva como primera están completas en el día de hoy. Si le parece le puedo
asignar un asiento en salida de emergencia en ventanilla.
DESPUÉS DE MUCHO
DIALOGAR
-
- Está bien, deme la salida de emergencia pero en pasillo, odio la
ventanilla.
-
- Señor lamento comunicarle que durante nuestra conversación alguien ocupó la
salida de emergencia, así que me temo que ya no puedo asignársela.
-
- ¡Pero bueno, que clase de aerolínea es esta! ¡Voy a poner una
reclamación, deme su nombre ahora mismo! ¡Qué trato más denigrante!
-
- Señor le informe que teníamos disponible una salida de emergencia en
ventanilla hace 15 minutos, en este momento ya no está disponible.
-
- ¡Pero usted me prometio…!
-
- Lamento no poder hacer más por usted, pero la salida de emergencia ya
está ocupada.
Por no seguir
mucho más con esta conversación tan interesante, diré que el caballero formuló
una queja contra mí y mi supervisor, aunque no sé si terminará por hacerse
efectiva.
Tras ejercitar un
rato la paciencia que Dios bajado del cielo me dio en su momento, iba siendo
hora de marcharme a la sala de embarque del vuelo. Mis compañeros me dieron
algunos pasabordos que debía cambiar y una comunicación para una pasajera. Al
llegar a la sala, siempre hacemos anuncios dando la bienvenida al vuelo y unas
reglas generales de embarque y comprobación de la documentación. Es
procedimiento habitual que cuando terminas este anuncio se acerquen seis o
siete personas a preguntar si el vuelo que se va a abordar es el mismo que
acabas de decir 30 segundos antes, y efectivamente, por sorpresa no ha
cambiado.
Al terminar dichos
anuncios, llamé a los dos pasajeros que debía cambiar las tarjetas de embarque.
Se había producido un error en el sistema y ellos ya no podrían viajar en
primera clase, lo cual fue motivo de cierto malestar para los señores, que tras
llamarme incompetente me pidieron mi nombre. Otra queja.
Mi compañera y yo
comentabamos los planes para el fin de semana mientras comprobábamos que todo
estaba preparado para comenzar el embarque. En mitad de la conversación llegó
la tripulación del vuelo. Para un avión como el nuestro (hoy es un 737-400) la
tripulación son 2 pilotos y 3 TCP (Tripulante de Cabina de Pasaje). Antes de
que ellos lleguen, y aunque no es procedimiento normal de la compañía, yo bajo
al avión a compruebo que ya está limpio y que catering ya surtió las comidas
que se darán en el vuelo, si me queda algo de tiempo las cuento. Con esto me
aseguro de que no habrá problemas una vez ellos pasen y comiencen la revisión
de la aeronave. Como todas las personas, pilotos y tripulantes los hay buenos,
regulares y malos a más no poder. Y, también como todos, tienen días buenos y
malos. Mi aerolínea es bastante grande, pero con el paso de los años, ya nos
conocemos casi todos, al menos de cara. Así que ya sabemos a que atenernos. Mi
trato suele ser amable, de compañeros, pero en ocasiones lo que recibo no son
buenas palabras sino actitudes descorteses, pero como ya he dicho, todos
tenemos días buenos y otros no tanto.
Normalmente damos
unos 10 minutos de cortesía para que los tripulantes se acomoden y revisen el
avión. Hoy el sobrecargo del vuelo es bastante especialito y se hace de rogar.
A 20 minutos de la salida me dice que está listo para recibir pasaje. El
procedimiento de embarque en mi aerolínea dura 30 minutos, así que si nos vamos
tarde porque tardamos más de 20 minutos en abordar al pasaje, ya tengo a quien
echarle la culpa, así pues apunto la hora del OK.
Todo marcha sobre
ruedas. El vuelo va bastante lleno, pero aún queda unos asientos en turista,
así que no tardaremos más de 15 minutos en tenerlos a todos dentro.
Una vez todos a
bordo y cuadrado el pasaje con el conteo de los tripulantes y los que nosotros
dejamos pasar por la puerta sólo queda que los capitanes terminen los papeles
con el compañero de operaciones y todo listo.
Otro día más en el
aeropuerto, otro día de Operación Normal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario