Aquella mañana había un hervidero de gente transitando por el
aeropuerto. Decenas de vuelos se agolpaban en las posiciones asignadas, remotas
o pegadas a la terminal mediante el puente de acceso de pasaje, llamado en el
argot “finger” o puente telescópico, que diría un cursi. Un día normal.
Este aeropuerto era “hub” de operaciones, o lugar donde los
pasajeros cambiaban de avión en caso de tener vuelos de conexión, con lo que a
eso de las nueve de la mañana 15 aviones estaban listos para partir, lo que
significaba a las ocho y media tener 15 embarques casi simultáneos. Normalmente, y a pesar de la carga de trabajo,
la rueda estaba bien engrasada y no solíamos tener problemas.
Ese día yo trabajaba en coordinación de embarques, una
posición en la que comunicabas con todas las partes implicadas en el proceso de
llegada, descarga y carga de pasaje, además de marrones varios que solían
caerte por estar allí. Básicamente, informabas de retrasos, cambios de avión de
última hora, de puerta de embarque, momento de comienzo y fin de los mismos etc.
La intención era que todos los compañeros estuviesen informados para que nadie
se perdiera un ápice del espectáculo. Eso incluía autobuses, personal del finger,
compañeros en la sala de embarque, etc.
Recuerdo
que era verano, y que yo estaba sentado en la “silla eléctrica” esperando
instrucciones para coordinar la entrada de pasaje de un vuelo a Jerez de la
Frontera. Éste estaba en una posición
alejada del aeropuerto, por lo que contacté con el servicio de autobuses para
que se acercasen a recoger pasaje a la puerta de salida del vuelo. Y de repente,
se hizo el silencio en las dos emisoras de radio que teníamos en la oficina.
Una nos comunicaba con los coordinadores de los vuelos, la otra con los
supervisores y los de los autobuses. A mí me pareció muy extraño porque a esa
hora faltaban manos para contestar teléfonos y responder a la radio. El
silencio no duró más de cinco segundos, cinco larguísimos segundos hasta que
alguien dijo por la frecuencia de autobuses: “He tenido un accidente, estamos
todos bien, mandad personal”. La oficina, que siempre estaba hasta los topes a
esa hora, se quedó sumida en un silencio atroz – como pasa en las películas
hasta que de repente todos vuelven a lo que estaban haciendo -. Pero este
silencio duraba y duraba. Yo miré a mi compañero, mi amigo Jorge, un tipo estupendo.
Como en respuesta automática, Jorge y yo nos pusimos a trabajar: “Tu a los
bomberos, yo al coordinador del vuelo. ¡Ah!, ¡Y avisa también al jefe!”. Nos
pusimos en contacto cada uno con nuestros respectivos objetivos y les
comentamos la situación. Javi coordinaba aquel vuelo, él y yo siempre
hablábamos de la aviación y de lo bonito que era nuestro trabajo, y hablábamos grandilocuentemente
de “nuestros aviones” … que buenos tiempos aquellos. Se lo dije y se fue corriendo
a ver qué pasaba. No os voy a contar lo que él nos describió porque lo vais a
poder ver todos en el siguiente vídeo.
Nosotros
trabajábamos en asegurarnos de que los servicios de emergencia tuviesen los
datos de los que disponíamos, que no eran muchos, pero en seguida ellos
llegaron al lugar y se hicieron cargo. Mientras había más vuelos que atender “show
must go on” nos decíamos. Por suerte no había pasado nada, que nosotros supiésemos,
no habían daños personales salvo el orgullo del conductor. Al parecer la “jardinera”
que es como nos referimos a los autobuses que transportan al pasaje de la
terminal a los aviones y viceversa estaba dañada pero no traía pasaje.
Hasta
ese momento desconocíamos Jorge y yo lo que había pasado y no sería hasta más
tarde cuando nos enterásemos que un MD-87 de Iberia estaba también dañado por
el accidente, y por supuesto nos quedaríamos sorprendidos cuando vimos estas
imágenes ya reseñadas. Bastante teníamos con intentar sacar los demás vuelos a
tiempo, intentando conseguir información con una mano y coordinar los embarques
de los vuelos restantes con la otra.
Días
más tarde se haría un informe de lo ocurrido, la CIAIAC, la compañía, y demás
representantes se ensañaron a gusto con el pobre conductor de la jardinera, que
como resultado de su acción, fue invitado a cerrar la puerta por fuera y no
volver a entrar.
Otro
día más, otra historia más de un aeropuerto. Otra operación-normal.
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